El País

¿Cómo generar confianza sana en la ciencia?

Sonia Contera

11 minutes


Muchos científicos nos consideramos defensores de la democracia y la libertad, y nos dedicamos a la ciencia no solo por el placer y el significado de poder explorar la naturaleza, sino también porque damos sentido a nuestras vidas intentando reforzar con nuestro trabajo uno de los pilares más importantes de las sociedades modernas. Por ello, nos desconcierta el hecho de que haya personas que apoyen agendas anticientíficas. A menudo leo en redes sociales como mis colegas piensan que los movimientos antivacunas o los negacionistas del cambio climático son irracionales y hasta autodestructivos. De hecho, hay científicos que incluso estudian si ser de derechas o de izquierdas afecta a la actitud ante la ciencia. En un artículo reciente, Javier Salas nos resumía estos trabajos y concluía que “la derecha más radical tiene problemas con la ciencia”.

Mucha de la evidencia apunta en esta dirección, pero yo creo que es más complejo. Para empezar, la ciencia y el poder que genera siempre se han entrelazado con la clase, el género, la religión, la identidad nacional y la política subyacente a las dinámicas sociales y económicas. La ciencia proporciona argumentos y herramientas tecnológicas que sustentan las luchas de poder y las agendas geopolíticas, y además se utiliza para crear las narrativas y los marcos culturales que justifican los privilegios de quienes más se benefician del despliegue de las tecnologías. Pero la realidad es más complicada, el capital político y social de la ciencia puede ser utilizado no solo por los opresores, sino también por los oprimidos, y puede destinarse tanto para mejorar la democracia como para justificar el autoritarismo.

Un ejemplo clásico es la aplicación de la teoría de la evolución de Darwin al ámbito social con el objetivo de promover la agenda del “darwinismo social”. Los darwinistas sociales justifican que los fuertes vean aumentar su riqueza y poder, mientras que los débiles vean disminuir los suyos, debido al orden natural, es un uso tendencioso de la teoría de Darwin que él no compartía, en general. Esta ideología se presentó como hecho científico en el siglo XIX y se usó tanto por la izquierda como por la derecha para apoyar el autoritarismo, la eugenesia, el sexismo, el racismo, el imperialismo, el fascismo y el nazismo. No es de extrañar que las personas oprimidas por estas ideologías reaccionen contra la ciencia que se usó para crearlas. Por ejemplo, el creacionismo asume que el darwinismo social es una consecuencia lógica de la teoría de la selección natural en biología, implicando así que los científicos utilizan su estatus de intelligentsia para marginar a los más débiles de la sociedad. En ciertos contextos, el creacionismo puede dar fuerza política a un grupo para revelarse contra la opresión del darwinismo social.

Tecnociencia para oprimir

La ciencia puede usarse para oprimir, pero el rechazo de la ciencia en general tampoco genera libertad, porque esto también significa el rechazo a su capacidad intrínseca para mejorar la equidad. De ahí que las ideologías anticientíficas y la tecnofobia puedan convertirse en poderosas armas antidemocráticas. Por ejemplo, la ciencia facilita la nueva esclavitud de las madres de alquiler, pero también es verdad que pocas cosas han contribuido tanto a la emancipación de las mujeres como la ciencia que contiene la píldora anticonceptiva. La confusa dialéctica entre políticas a favor y en contra de la ciencia alentó el auge de las teorías conspiratorias durante la crisis de la covid. La credibilidad de historias culpando a las redes 5G de la pandemia y de las alertas contra nanobots introducidos secretamente en nuestros cuerpos con la vacuna, se alimentó de los temores colectivos a una tecnología se utiliza para controlar e incluso destruir a los débiles, mientras una élite poderosa se beneficia de sus recompensas. Cuando miramos a las grandes empresas tecnológicas, todos sabemos que hay razones sólidas y racionales para sentir esos temores.

Las narrativas de “elitismo científico” tampoco reflejan la realidad. Algunos científicos pueden estar motivados por el poder, el estatus y la riqueza; sin embargo, la mayoría de nosotros nos hacemos científicos por vocación para trabajar por el bien común y perseguir un conocimiento que facilite el avance humano. De hecho, este complejo diálogo entre ciencia y poder hace que muchas carreras científicas también estén precarizadas, lo que genera consecuencias sociales y políticas que complican todavía más la situación.

En sociedades en las que la vida de los ciudadanos está cada vez más determinada por la tecnología y la ciencia, la confianza en la gobernanza científica se convierte en un pilar fundamental del propio sistema democrático. La confianza de los ciudadanos en el proceso democrático se verá erosionada si los beneficios de la ciencia y las tecnologías no se distribuyen equitativamente y si poderes tecnológicos irresponsables toman el control de gran parte de nuestras vidas. Como científicos, tenemos también que ser autocríticos, incorporar la comunicación en nuestro trabajo y aprender a navegar por este campo de minas de la comunicación científica. La democracia y el futuro de nuestro planeta que se enfrenta a consecuencias catastróficas del calentamiento global están en peligro, si un gran número de ciudadanos da la espalda a la ciencia. Por lo tanto, es imperativo que desde las autoridades académicas y científicas se promueva un diálogo que permita a las sociedades decidir democráticamente cómo desplegar la ciencia en beneficio de todos, no solo de los poderosos, educados y bien conectados.

¿Cómo generar confianza sana en la ciencia?

Aquí propongo algunas ideas para generar confianza sana en la ciencia. Cuando se cuenta una historia científica hay que exponer claramente sus orígenes. ¿De dónde procede la idea, quiénes fueron sus autores y cuáles eran sus objetivos? ¿Hay historias no contadas? ¿Hay personas olvidadas, que han quedado fuera de la historia debido a su procedencia o su género? Según mi propia experiencia, al exponer el contexto, el descubrimiento científico se convierte en una historia humana, con la que la gente puede relacionarse y establecer un diálogo. Se pueden descubrir terribles contradicciones; por ejemplo, las malas personas pueden producir buena ciencia. La buena ciencia y los científicos pueden haber sido utilizados con fines terribles. Hay que exponer la dinámica de poder que subyace al mal uso de la ciencia, y hay contraatacar imaginando cómo la ciencia puede convertirse en algo que afecte positivamente a las vidas de las personas.

Cuando comunicamos la ciencia tenemos que ser autocríticos. ¿Por qué lo comunicas? ¿Qué ganas tú, tu organización y/o grupo con ello? Reflexiona sobre cómo tu sexo y tu situación socioeconómica afectan a tus juicios e intenciones. La gente se dará cuenta de tus prejuicios, aunque tú y la gente que te rodea no lo hagáis.

La comunicación científica tiene que inspirar. El comunicador debe identificar aplicaciones de la ciencia, y cómo pueden posibilitar la creatividad y el nacimiento de nuevos espacios científicos, culturales o sociales.

Hay que exponer los escenarios positivos. Por ejemplo, hay estudios que muestran que los negacionistas del cambio climático actúan más a favor del medio ambiente en situaciones en las que se les han propuesto medidas contra el cambio climático que pueden facilitar la creación de una sociedad más considerada y solidaria, y conducir a un mayor desarrollo económico y tecnológico. En este caso, ver que la acción política para mejorar los resultados sociales acompaña a la estrategia de mitigación del cambio climático, refuerza el apoyo a la ciencia.

Tenemos que pensar en las consecuencias imprevistas, especialmente para los más débiles de la sociedad. Cuando se comunica una historia científica, hay que pensar si los miembros de su audiencia se han visto afectados en el pasado por la ciencia que está explicando, o cómo pueden verse afectados en el futuro. Por ejemplo, la historia de explotación de la investigación médica que afecta a la población negra en EE UU contribuyó a la indecisión ante la vacuna contra la covid.

Ser consciente del lenguaje y la terminología también ayuda a mejorar tanto la comunicación como la propia comprensión del tema; al pasar de la jerga científica a un lenguaje más estándar, podemos identificar nuestros prejuicios y darnos cuenta de posibilidades que no son evidentes dentro de la burbuja de los científicos.

Finalmente, no hay que olvidar que la comunicación científica debe ser una contribución al proceso democrático, su propósito no es convencer a la gente de que acepte la ciencia como un dogma. Especialmente en asuntos complejos, como el clima, la biología o la medicina, que afectan al presente, el futuro, las esperanzas y los temores de todos, es importante reconocer que nuestros conocimientos evolucionan y se perfeccionan constantemente. Expongamos tanto los puntos débiles y como los fuertes con sinceridad y con los mejores conocimientos científicos disponibles.

La comunicación científica inclusiva, reactiva, autorreflexiva e inspiradora debe convertirse en un elemento central de la misión de la ciencia; debemos encontrar formas eficaces de integrar la comunicación en nuestra práctica científica de manera que potencie la democracia y la igualdad. Generar confianza en la ciencia requiere honestidad, transparencia y una auténtica intención de emplear la ciencia para el bien común. Requiere humildad para intentar entender otros puntos de vista y reconocer que, en una democracia, la ciencia no es una fuerza externa que actúa sobre la sociedad, sino un producto de su complejidad.

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